A y B hacen esfuerzos para despegar sus manos de los barrotes. Se pasean por todo el escenario.
A: ¿No te das cuenta de que es terrible estar siempre en la misma celda, en el mismo sitio?

B: Sí, me doy cuenta. Libérame para que otra vez pueda correr, viajar…

A y B: Dame la libertad. El prisionero soy yo.
Siempre aferrados, se detienen y caen de rodillas agotados. Lloran sordamente. Se miran.